Por cuarto año consecutivo, las mujeres del asentamiento Limoy II del distrito de Minga Porã, en el departamento de Alto Paraná, realizaron el 29 de agosto pasado el “Gran Festival de Comidas”, en el marco de la semana del folclore, que fue el 22.
Este evento cultural tiene por objetivo recuperar recetas culinarias auténticas y saberes tradicionales en el ámbito gastronómico y desde la promoción del derecho a la alimentación y la soberanía alimentaria.
“Sabemos que hoy en nuestro departamento lamentablemente se están perdiendo los conocimientos de cocina, lo que nuestras abuelas cocinaban y el proceso de preparación, los ingredientes, los sabores, los olores, todo estamos olvidando por la comodidad que ofrecen los locales de comida rápida y el ritmo de vida que llevamos”, dijo al respecto la referente comunitaria Hilda Santacruz, lideresa de la Organización Conamuri y concejala municipal. Añadió que la influencia de la industria alimenticia es también una de las causantes de la fuga de estos saberes al ofrecer al consumidor productos procesados y que requieren de un tiempo menor de cocción, lo que de alguna forma resulta práctico y utilitario para la sociedad actual.
Recuperación de recetas
Haciendo un recuento de las cuatro ediciones, Santacruz manifestó que en la primera ocasión se presentaron 60 tipos de comida, incluyendo postres, y que este año hubo 120 platos diferentes, pero que debido a la pandemia por la Covid-19 no se pudo compartir como años anteriores con la comunidad, “así que la gente se sometió al protocolo de salud y fue a retirar sus alimentos previamente diligenciándose vía WhatsApp”, detalló, además de que habilitaron dos números para envío a domicilio.
En el interés de rescatar las recetas antiguas y, sobre todo, darlas a conocer a los jóvenes, este año destacaron sobre la mesa el rora kyra, pajagua mascada, vori-vori, y entre los postres el mbaipy he’ê (polenta dulce) de miel negra y la kaguyjy (mazamorra).
Si bien la situación del confinamiento sanitario impidió que las personas participaran de un verdadero encuentro de sabores y aromas, como en años anteriores, de todas formas, es necesario recalcar la iniciativa de las mujeres asociadas a los comités que articulan con Conamuri, una organización de mujeres campesinas e indígenas con presencia en varios distritos del país. “Esta vez fuimos alrededor de 60 personas involucradas en la preparación de los platos, las mujeres nos juntamos sin ningún otro apoyo que el de Conamuri y con autogestión sacamos adelante un lindo festival, pese a todo”, finalizó la lideresa comunitaria.
La agroecología es, en esencia, un modo de vida que rescata prácticas y técnicas desarrolladas por los pueblos indígenas y campesinos en su relación con la naturaleza para la producción de alimentos y el cuidado del suelo. La Organización de Mujeres Campesinas e Indígenas Conamuri, fundada en 1999, es pionera en nuestro país en la lucha por la agroecología y, en ese sentido, entre las acciones que desarrolla en el marco de sus luchas sociales, se encuentra la Escuela de Agroecología que llevan adelante en el marco de la promoción de la Soberanía Alimentaria, ideal de los pueblos que establece el derecho de definir sus propias políticas agrarias y alimentarias frente a terceros países. La coordinadora nacional, Alicia Amarilla, nos habla más al respecto.
¿Qué es la Escuela de Agroecología de Conamuri?
La Escuela de Agroecología surge de la Campaña por la Soberanía Alimentaria que empezó en el año 2009. En Conamuri asumimos este camino partiendo de la publicación de dos cartillas históricas, una sobre la importancia de las semillas nativas y criollas y otra sobre «Semilla Róga», el espacio donde hacemos la conservación y multiplicación de las semillas. En ambos materiales planteábamos las luchas que hasta hoy identifican a nuestra organización, el rescate de saberes ancestrales y el conocimiento empírico sobre las plantas medicinales, el cuidado del suelo, la producción sin agroquímicos y con enfoque agroecológico. El lema que resumía esas acciones era Ñañemitỹ oĩ haguã tekokatu.
Ya en el año 2006 empezamos con un primer grupo de vocería de jóvenes, que eran quienes promovían la Campaña en sus comunidades. Esto continuó hasta 2010, cuando se fundó «Semilla Róga» en Santory, Repatriación (Caaguazú). Desde ahí comenzamos a construir el proceso de la Escuela, fortaleciendo la formación teórica y práctica, construyendo la metodología del proceso pedagógico, mientras trabajábamos también en un proyecto de ley de defensa del maíz criollo y otro sobre semillas nativas. Años de ricos debates dieron como resultado la creación de la Escuela de Agroecología en el local de «Semilla Róga».
En cuanto a la organización de la Escuela, aplicamos el método de la educación popular y tenemos muy presente la mística propia de nuestro movimiento social; partimos de la realidad de cada región para generar el debate del que saldrán los conocimientos colectivos. Es importante que las mujeres politicen su trabajo para construir la base fundamental de la lucha contra el patriarcado a partir del conocimiento sobre medicina natural, la elaboración de alimentos típicos, la artesanía, el tejido, lo que se aprende en la universidad de la vida. Por esa razón, hacemos hincapié en los temas transversales como la igualdad de género y la comunicación popular. La temática que desarrollamos tiene que ver con la capacitación técnico-científica en cuanto a la biodiversidad, asociación de cultivos, tipos de suelo, etc., pero también abordamos la formación política con temas como el feminismo campesino y popular y otros.
¿Por qué es importante que la juventud campesina aprenda agroecología?
La Escuela está dirigida a hijas e hijos de familias campesinas e indígenas que son integrantes de Conamuri, allí se forman en saberes técnicos, científicos, y saberes rescatados del pueblo, los saberes ancestrales y el arandu ka’aty. Para valorar el trabajo de las mujeres en la agricultura campesina e indígena, ese trabajo que es invisibilizado, que en el proceso de producción en gran porcentaje corresponde a la mujer, la recuperación y conservación de las semillas, los saberes prácticos aplicados en la producción, los ciclos lunares, qué plantas cosechar o no según las observaciones de la luna o las estaciones, eso se aprende en la Escuela. La Agroecología es más que nada saber observar, uno tras otro surgen los experimentos, no hay fórmulas concretas, se hace asociación de ideas, se procede de acuerdo al tipo de suelo. La agroecología enseña a plantar abono verde y a recuperar el suelo.
Son técnicas rescatadas de la historia de la agricultura campesina e indígena que la juventud de hoy ya no conoce, entonces lo que hace la Escuela es afianzar estos procesos de rescate, promover la relación amigable con la naturaleza, el amor a la tierra, a la identidad campesina e indígena y la producción de alimentos saludables. Los jóvenes, varones y mujeres, llevan esas técnicas y prácticas a su finca para posicionarse por el arraigo, la identidad con el territorio y la cultura y, sobre todo, para producir sin uso de agroquímicos. Este es el trabajo minucioso que hace la Escuela, producir y comercializar con enfoque agroecológico y desde la economía solidaria y evitar el desarraigo de la juventud. Este logro se refleja en al menos tres o cuatro familias cada año y es una conquista del campesinado frente al modelo agroexportador que expulsa y despoja a las comunidades rurales. Es fundamental que las familias campesinas e indígenas continúen en su territorio porque de lo contrario están destinados a la desaparición.
En el marco de la pandemia no podemos hacer los encuentros mensuales de la Escuela de Agroecología, entonces implementamos los videos cortos que les hacemos llegar por WhatsApp a seis comunidades este año, y también compartimos en las redes sociales. Allí abordamos diferentes contenidos que son propios de las clases prácticas de la Escuela, cómo preparar almácigo, cómo hacer cobertura vegetal, asociación de cultivos, siembra en almácigo, elaboración de compostera, preparar biofertilizante casero, rotación de cultivos, la importancia de la huerta en la finca familiar, entre otros.
A propósito de la pandemia, ¿por qué considera que aumentó el interés de tener una huerta en casa estos últimos meses?
En este tiempo de vivir en modo Covid-19, el único sector que parece no haber disminuido sus funciones es la agricultura. Celebramos desde Conamuri, una organización de mujeres campesinas e indígenas, que mucha gente esté procurando tener sus huertas en algún rincón de su patio, trabajar y recuperar la tierra para producir sus propios alimentos en medio de la crisis global. Con esta situación hay una feroz especulación económica, aumentó bastante el costo de la canasta familiar básica y de alguna forma se instaló en la población urbana la idea de que consumir productos transgénicos hace daño a la salud. La gente busca alimentos sanos y para nosotras esta es una reacción a la crisis que estamos viviendo. En vez de comprar hortalizas con agrotóxicos o alimentos ultra procesados, la gente se está volcando a la recuperación de saberes sobre producción, que de alguna forma todos los paraguayos y las paraguayas tenemos por nuestro origen rural en gran mayoría. En el campo, la gente se inclina por la producción comunitaria porque las familias crecen y la tierra escasea. Ahora también hay un gran flujo de migrantes que están retornando de a poco, no fueron sujetos de derechos en el extranjero por su condición de indocumentados y vuelven en extrema pobreza, lo poco que tienen de tierra la destinan a crear una huerta. Por eso, la costumbre de cultivar la tierra no se perdió en Paraguay, son formas de producir que aprendimos en la niñez, ahora se pone en práctica para contar con algo qué comer.
La situación de los pueblos indígenas de la Región Oriental del Paraguay está tocando fondo, comunidades enteras que se ven empujadas a la miseria más descarnada por responsabilidad exclusiva de un Estado inhumano que no cumple su rol protector, antes bien, parece alentar con cada acto y omisión el exterminio definitivo de estas comunidades.
Menos del 2 % de la población paraguaya es indígena, a ese
pequeño número el Estado no responde sus demandas básicas para alcanzar una
vida digna. Por el contrario, prioriza a los grandes terratenientes para facilitarles
el despojo de territorios ancestrales y la destrucción de hábitats naturales,
con lo que también matan la identidad y el modo de vida, el modo de ser
indígenas. Ganaderos y sojeros representan menos del 1 % de la población paraguaya:
así los que tienen más lidian contra los que no tienen nada, con un árbitro
para nada imparcial, que es el propio Estado.
En el marco de la campaña “Basta de violencia contra las mujeres”, impulsada por la Organización Conamuri, se realizan a partir de febrero de este año los talleres de formación para Pytyvõhára (facilitadoras) en bases y distritos de los siguientes departamentos: Canindeyú, Pdte. Hayes, Itapúa, Alto Paraná, Concepción, Boquerón y Misiones.
Esta es una acción que reproduce la campaña mundial de La
Vía Campesina por el fin de la violencia hacia las mujeres del campo.
La intervención artística “Plantío Rafael Barrett” es (era) una obra de las artistas Mónica Millán y Adriana Bustos, enmarcada en la exposición colectiva ¡Asunciones! Posiciones sobre la mujer y la sociedad, y en la que colaboró con mucho regocijo nuestra organización donando semillas campesinas y el trabajo agroecológico de cuidado del suelo. Su curador, el referente cultural Fernando Moure, recibió la ayuda de personas innominadas para regar y limpiar frecuentemente el espacio desde su instalación en la plaza Juan de Salazar, frente al Centro Cultural El Cabildo. Con mucho entusiasmo, se esperaba el tiempo de la cosecha, para convocar a un karu guasu y agradecer a la Madre Tierra por sus dones.
Nada de eso fue posible. ¿Por qué? Porque la intervención
artística “Plantío Rafael Barrett” ha sido derribada por personal municipal el
sábado 18 de enero con el pretexto de ser un criadero de dengue. ¿De dónde
salió eso? De una campaña emprendida por el Diario ABC Color desde hace unas
semanas. Y a las notas enviadas para explicar el contenido artístico y político
de la intervención, se respondían con publicaciones cada vez más violentas. Qué
otra cosa se puede esperar del vocero del agronegocio en nuestro país, defensor
del extractivismo y difusor del odio hacia el modo de vida del campesinado y de
los pueblos indígenas.
La prensa en general sostiene hasta el hartazgo que la epidemia del dengue se debe a que la ciudadanía es “puerca” (sic) por no limpiar su patio o su entorno cercano. Los médicos lo repiten en cada oportunidad que tienen. Llegan al extremo de confundir naturaleza viva, biodiversidad, con basura. Una perogrullada que parece necesario indicar es que basura son los plásticos, las botellas y otros materiales sintéticos, no biodegradables, que pueden acumular agua, ecosistema donde se reproduce el mosquito transmisor de la enfermedad. Considerar que una plantación de maíz y legumbres constituye una amenaza a la salud pública es el reflejo del pensamiento hegemónico que impacta en todas las capas de la sociedad.
Como una huella de triunfo, como una risa sardónica, en el Plantío se ha dejado en pie solo el pequeño tajy. Esta imagen recuerda el desolado páramo donde poco antes se levantaba un bosque y donde, sometido a terrible expoliación, todo se reduce a un solo ser vivo en medio del vacío. Esta acción ejecutada por la Municipalidad de Asunción y alentada, específicamente, desde las páginas del diario de logo amarillo, es una deforestación en pequeña escala con un mensaje muy claro de ese odio del que se habla más arriba.
En esta segunda parte de la entrevista,
Alicia Amarilla, coordinadora nacional de Conamuri, nos habla sobre un desafío
que tiene la organización, como es encarar la lucha por los derechos sexuales y
reproductivos en un espacio donde confluyen diferentes generaciones de mujeres.
Nos
referimos a la nota de opinión firmada por usted de fecha 20 de diciembre en el
diario ABC Color, con el título «Chacra en el Cabildo», si bien en la misma no
se menciona a la Organización de Mujeres Campesinas e Indígenas Conamuri,
corresponsable de la intervención «Plantío Rafael Barrett», junto a las
artistas argentinas Mónica Millán y Adriana Bustos y el curador, Fernando
Moure.
En el seno de la CLOC-Vía Campesina
empezamos a hablar de feminismo a partir de la campaña «Basta de violencia
hacia las mujeres del campo» (2009), la cual permitió visibilizar la situación
de las mujeres rurales y plantear algo estratégico, como es, finalmente, el
feminismo campesino y popular. En esta nota, basada en una entrevista a la
Coordinadora Nacional de Conamuri, Alicia Amarilla, nos proponemos hablar del
feminismo por el que luchamos.
Un contexto de la obra de las artistas Mónica Millán y Adriana Bustos en la muestra Asunciones
A la llegada al Centro Cultural Cabildo, en la plaza Juan de Salazar, el visitante de la muestra Asunciones! Posiciones sobre mujer y sociedad, puede visualizar una gran plantación de maíz, mandioca, leguminosas, zapallo y maní, desplegada en dos canteros de aproximadamente 60 metros cuadrados de superficie. Si recordamos que hasta fines de noviembre, las cuatro plazas del Eje Histórico-Cívico estaban ocupadas por cientos de habitantes con sus casa precarias, este nuevo escenario paisajístico, además de recordarnos una chacra campesina, plantea otras cuestiones urgentes, que a través del arte, pueden servir para dar luz a otros aspectos.
Con referencia a la publicación de fecha 17 de diciembre del corriente, que en la versión papel y digital lleva por título «El Central Park de Mario Ferreiro», y que en redes sociales aparece con fotos correspondientes a la plantación que se encuentra frente al Centro Cultural de la República El Cabildo, desde la Organización de Mujeres Campesinas e Indígenas Conamuri expresamos lo siguiente:
Dicha plantación se realizó en el marco de la exposición artística colectiva «Asunciones: Posiciones sobre la mujer y la sociedad» -vigente desde el 21 de noviembre pasado hasta el 6 de marzo del año 2020-, y que lleva el título de «Plantío Rafael Barrett». Este evento fue difundido en su momento por el medio de prensa mencionado y en sus cuentas de divulgación oficiales. Incluso un día antes apareció una preciosa nota refiriéndose a dicho espacio como «una obra de arte».