Ñañomongeta feminismo-re

Alicia Amarilla

En el seno de la CLOC-Vía Campesina empezamos a hablar de feminismo a partir de la campaña «Basta de violencia hacia las mujeres del campo» (2009), la cual permitió visibilizar la situación de las mujeres rurales y plantear algo estratégico, como es, finalmente, el feminismo campesino y popular. En esta nota, basada en una entrevista a la Coordinadora Nacional de Conamuri, Alicia Amarilla, nos proponemos hablar del feminismo por el que luchamos.

La coyuntura en América Latina fue propicia para abonar este tema como un eje de lucha incorporado a las banderas de las organizaciones articuladas en la CLOC-Vía Campesina. El capitalismo avasallador, con sus políticas de desarrollo regidas por el mercado y la producción empresarial, nos obliga a mirar los impactos que suscita en la vida de las mujeres. Ante esto, la propuesta de La Vía Campesina es la Soberanía Alimentaria como derecho comunitario, la conceptualización de las semillas como patrimonio de los pueblos al servicio de la humanidad, la lucha frontal contra el agronegocio y las multinacionales.

En ese ínterin, surge el feminismo campesino y popular en la voz de las propias mujeres, tanto tiempo silenciada. Desde la diversidad de prácticas culturales y comunitarias, campesinas e indígenas, aportamos a los movimientos sociales, a la clase trabajadora, elementos políticos necesarios para alcanzar la emancipación de las sociedades.

El análisis marxista de la historia nos devela en qué momento las mujeres fuimos dejadas de lado en lo relacionado a la producción de alimentos y cuidados de la tierra. El descubrimiento de la agricultura fue un legado de las mujeres, pero hoy desde el Estado burgués nos niegan el derecho a la tierra y a la identidad de agricultoras. Los saberes ancestrales, los que se transmiten de generación en generación, son violentados por las multinacionales que nos explotan, nos discriminan, nos roban los conocimientos y nos matan. Vemos así cómo, desde las históricas cacerías de brujas, las mujeres somos perseguidas por el machismo y el patriarcado.

Las mujeres de Conamuri no estamos fuera de ese análisis desde el enfoque de clase. Nuestro posicionamiento es claro. Con participación activa de las mujeres rurales, buscamos ser protagonistas de la historia, pero no solo en un porcentaje de intervención en cargos públicos, sino que pretendemos más allá de la cuestión netamente electoral. Hablamos del feminismo revolucionario no para dividir vertientes de pensamiento, sino teniendo en consideración una realidad innegable en nuestro medio: cuando hablamos de campesinado no se incorpora a los pueblos indígenas; entonces las mujeres indígenas nos sentimos excluidas del concepto de feminismo campesino y popular. Nosotras, las mujeres indígenas, queremos ser reconocidas y no hay mayor justicia que esa. Por eso la visión de feminismo que pregonamos parte desde la tierra y así se fue construyendo la consigna «Sin feminismo no hay agroecología».

Creemos firmemente en las bondades de la agroecología como elemento reivindicador de las mujeres agricultoras porque con ella, desde las raíces, se visibiliza el aporte de las mujeres en el rescate de semillas nativas y criollas, en la conservación de los saberes, los cuidados a la tierra, los ciclos lunares, la sabiduría popular o como lo llaman nuestras abuelas: el arandu ka’aty, etc.

Fuera de la chacra, es en la cocina, sobre todo, donde estas palabras cobran entidad. La cocina, ese destino forzado de las mujeres. Allí se cuecen los alimentos y se comparten recetas e ingredientes de medicina natural, eso es transmisión de poder en alta escala. Mientras preparamos la sopa, estamos conviviendo con otras mujeres y construimos la confianza necesaria para dialogar sobre los problemas familiares, la violencia de género en el recinto privado. Allí se empieza a politizar la empatía hasta conseguir ese empoderamiento que surge como chispa cuando dos rocas chocan entre sí. En la cocina hay toda una escuela de vida; en ese laboratorio se aprende de medicina alternativa, la combinación de las plantas según la dolencia, las dosis correctas, y tantas cosas más.

Ese es el aporte de las mujeres campesinas e indígenas que usamos para minimizar los impactos negativos del capitalismo en nuestras vidas, el extractivismo que avanza invasor en nuestros territorios, la pretensión de apropiarse de las semillas nativas y criollas, de nuestros saberes, nuestro lenguaje, nuestras tierras y nuestro modo de vida.

Una compañera que practica la agroecología no es solamente una garante de producción saludable, es una mujer empoderada, convencida políticamente de que su trabajo es una acción revolucionaria. La agroecología no es una simple teoría, es producción que conjuga la tecnología campesina con los saberes ancestrales para un fin social. Es la descolonización del pensamiento y de las prácticas para la transformación social y cultural con la participación férrea de las mujeres. La agroecología no es una moda posmoderna sin contenido político, como parece haberse masificado: es todo lo contrario. De esta agroecología como bandera de emancipación surge el feminismo de Conamuri en consonancia con los lineamientos de la CLOC-Vía Campesina. En ese feminismo y en esa agroecología creemos y por ellos luchamos.