Los desafíos de los movimientos sociales en Paraguay en el contexto del proceso de cambio

En Paraguay estamos viviendo un periodo de alternancia política por primera vez desde el 20 de abril de 2008, fecha en que, con la victoria de Fernando Lugo, la ciudadanía, en elecciones libres y democráticas, puso fin a la hegemonía de un partido de tendencia liberal que durante 60 años gobernó nuestro país, incluyendo 35 años de la dictadura de derecha más larga de toda Latinoamérica, la de Alfredo Stroessner. Esto es un dato importante de conocer para ubicarse en el escenario político en que se desarrolla la coyuntura nacional.

En ese sentido, se puede deducir que actualmente la participación de la ciudadanía en las instancias de decisión es mucho mayor, sobre todo a través del aporte que brindan los movimientos sociales. Sin embargo, muchas veces esto no pasa de ser una simple apariencia, pues los poderes fácticos operan desde la oscuridad con la misma fuerza de siempre.

Parece que existe un relativo margen de incidencia en el desarrollo de los acontecimientos por parte de la ciudadanía organizada, pero en el fondo la realidad no se resiste al mínimo análisis. Cuando los medios de comunicación están ahí, día y noche cuestionando las conquistas del Gobierno para la clase trabajadora y promoviendo la interpelación y el juicio político contra los ministros progresistas; cuando desde el Parlamento se aprueban leyes impopulares que reducen la visión democrática del Estado de derecho; cuando desde la oligarquía –es decir, los empresarios, los terratenientes, los sojeros, los ganaderos– se fragua la agenda política, económica y administrativa del país, no se puede hablar de una verdadera inclusión de los movimientos sociales en los altos estadios de resolución del Gobierno.

No obstante, las oportunidades gravitan en este estado de cosas y no son de desperdiciar. La lucha emprendida por la transformación de la sociedad lleva consigo la consigna de avanzar. La nueva coyuntura en Paraguay, sumada a los procesos de cambio en toda América Latina, hace que estos sean obstáculos fáciles de sortear, teniendo en cuenta que los retos son antiguos y cargan con todo el bagaje de las experiencias pasadas. Cuando el triunfo de Fernando Lugo, la fuerza de los movimientos sociales en Paraguay se ha visto incrementada. De alguna forma, hemos abierto una puerta que nos permite, como clase, opinar, incidir y participar.

Dentro de todo esto, las organizaciones campesinas se vieron dialogando con las autoridades en forma muy directa, haciendo los reclamos históricos por la instalación de la reforma agraria, que tanta falta hace a nuestro pueblo. Hay algunos progresos, como el programa de incentivo económico para las familias de escasos recursos, llamado Tekoporã, pero no parecen figurar más que como simple asistencialismo. Así también, se creó la Coordinadora Especializada para la Reforma Agraria (Cepra), que por el momento no pasa de ser un órgano burocrático muy débil de la institución que se ocupa de expropiar los latifundios, el Indert.

Hay que decir que en Paraguay tenemos un modelo agroexportador y dependiente desde la década de los 90, cuando el neoliberalismo se instaló, de mano de los partidos tradicionales. El protagonismo de las organizaciones campesinas es muy importante y se logra visualizar la problemática agraria a través de los constantes ejercicios de presión, como las movilizaciones, la ocupación de tierra, los campamentos de los sintierras, los cierres de ruta y la resistencia a través de la Campaña por la Reforma Agraria, la Campaña de la Semilla, la Campaña Paraguay Libre de Maíz Transgénico, etcétera.

Al mismo tiempo que los movimientos sociales levantan la voz, la criminalización de la lucha va en aumento, en consideración de los intereses de la clase dominante. Hoy tenemos en vigencia una ley antiterrorista que corta toda posibilidad de crecimiento de las organizaciones. El Poder Judicial es el más corrompido e intocable de los tres que tiene el Estado paraguayo; el Legislativo no se queda atrás.

Los desafíos, teniendo en cuenta estos elementos, pueden ir desde la articulación dentro de los propios movimientos, salvando conflictos internos entre dirigencia y militancia, hasta llegar a la real incidencia política que los convierta en actores de cambio político, social y económico.

Finalmente, hagamos hincapié en la participación de las mujeres en el proceso de organización y de lucha social. La mujer nunca ha dejado de ser parte de las situaciones en donde se detecta la problemática del sector popular. Conoce mejor que nadie de las dificultades, la dependencia, la migración, el desarraigo familiar, la violencia, la falta de oportunidades para acceder a una educación superior. Esto se agrava cuando se trata de una mujer campesina o indígena.

Hoy día, dentro del panorama ofrecido por la coyuntura, las mujeres se organizan para demandar sus necesidades y las de sus familias. Son pequeñas victorias cotidianas las que logran que, muy de a poquito, las mujeres tengan representatividad y acceso a las discusiones y los debates políticos. No es fácil lidiar con el patriarcado, que de alguna forma sigue presente incluso en la estructura de los movimientos sociales, pero este proceso de consciencia ha empezado y de un momento a otro ha de rendir sus frutos.

Como organización de género y clase, la Conamuri ha tenido que soportar dolorosas experiencias, como la deslealtad, el machismo, las tentaciones de corrupción para borrar los caminos de la querella. Somos, aún así, una organización autónoma que apunta al rescate de la Soberanía Alimentaria a través de la formación de cuadros políticos que conozcan la realidad en que estamos insertos los hombres y mujeres que habitamos el Paraguay.

Si bien hay avances, como hemos visto a través de la Asamblea de los Movimientos Sociales que tuvo lugar durante el IV Foro Social de las Américas, todavía nos pesa un bajo nivel de conciencia de masas, el desarrollo de la lucha social se empeña por lograr la unidad de todos los sectores populares para acumular fuerzas de cara a la construcción del poder popular.