La enmienda o la reelección no deben sustraernos de los acuciantes problemas sociales

Las discusiones políticas y mediáticas en torno a la vigencia o no de la enmienda constitucional que posibilite la reelección de ex presidentes de la República para las próximas elecciones generales de 2018, deben ser adicionales y no apuntalarse como el núcleo de la agenda país por encima de los dramas sociales que no encuentran soluciones en este gobierno neoliberal.

Por ejemplo, para nosotras, mujeres que vivimos en el campo, la situación en nuestros territorios es desesperante. No solo se trata de desalojos de comunidades enteras, en donde no cuenta la fuerza de los años constituidos sino la plata de los patrones; no es apenas la violencia que se ejerce contra el campesinado y los pueblos indígenas al fumigarlos día y noche con agrotóxicos: estas acciones forman parte de un plan de exterminio contra las poblaciones rurales para ir descampesinizando los territorios con una frecuencia insólita.

Hay que agregar que somos las mujeres las que nos encontramos más vulnerables y más expuestas en este contexto de violencia extrema. Sufrimos por la falta de caminos y mercados para nuestros productos agrícolas o por tener que viajar varias horas y más kilómetros para consultar en los puestos de salud donde al final no hay siquiera doctores o medicamentos; sufrimos con el cierre de cada escuelita rural con el que privan de educación a nuestros hijos e hijas. El Estado burgués, en vez de protegernos como sectores vulnerables, se empecina en nuestra desaparición como colectivo, al vaciar de políticas sociales su programa de gobierno y favorecer, en contrapartida, a una minoría privilegiada.

Toda esta realidad constituye, de por sí, un atropello a la Constitución Nacional y a los Derechos Humanos. Y nada justifica la violación de los derechos. Decir que otros ya violaron la Constitución no es argumento válido para seguir perpetrando violaciones. Con sus actos y omisiones, y por el principio de equilibrio de los poderes, los parlamentarios son también responsables de la situación de abandono en la que vive una parte muy grande de nuestro país.

Nuestros problemas sociales no encontrarán respuesta mientras no sean prioridad en la agenda pública. Y no lo son porque las autoridades están discutiendo sobre la enmienda y la reelección.

Para nosotras es el momento de agruparnos y organizarnos con el fin de defender nuestros territorios, base material de nuestra existencia como campesinas e indígenas, y de trabajar para luchar por nuestra soberanía, nuestras semillas, nuestros bosques y fuentes de agua. Porque mientras quienes deberían legislar para el país y garantizar la tranquilidad de toda la ciudadanía se enfrascan en discusiones estériles que conducen a más de lo mismo, la gente está perdiendo sus tierras, pasa hambre y está siendo criminalizada.

Nos queda claro que este nuevo capítulo de la novela parlamentaria sirve de cortina de humo para aprovechar la falta de conciencia de nuestro pueblo. La oligarquía criolla no está dispuesta a perder esta batalla ya que se juega en ella sus millonarios intereses.

En el marco de esta realidad se dan tanto las privatizaciones como los feminicidios, que no son situaciones aisladas, sino que son dos caras de un sistema violento que nos avasalla como seres humanos.

La sociedad paraguaya en general deberá aprender a organizar su resistencia a la opresión porque se vienen tiempos duros donde las autoridades sin empacho, sin vergüenza, sin disimulo alguno estarán operando por sus intereses personales de una manera arreciada en el contexto de un Estado de Derecho agobiado y vilipendiado.

A los movimientos campesinos e indígenas, instamos a seguir formándose en solidaridad para la resistencia y recuperar nuestro patrimonio y territorios entregados a las corporaciones, trabajando con la agroecología como un aporte fundamental para la verdadera emancipación de las clases empobrecidas.

Una patria nueva se construye con la consolidación del poder popular que se ejerce a diario en las comunidades, produciendo con la agricultura campesina e indígena y desarrollando nuestra cultura por encima de cualquier debate político que tenga relación con hechos circunstanciales y transitorios como son las elecciones generales en el Estado burgués que está divorciado del proyecto país.